Será mejor hablar desde el primer momento del final de la película MELANCOLÍA, de Lars von Trier. Todo el mundo muere. No solo los invitados a la maravillosa boda que se celebra al principio de la película en un castillo de lo más romántico rodeado por un campo de golf. Y no solo la vida en la Tierra. En el mundo que evoca el realizador danés, estamos solos en el universo. El abrazo cósmico de nuestro planeta con uno diez veces mayor, MELANCOLÍA, marca el final de la vida tal como la conocemos.
No puede haber un fin más drástico. Según dice von Trier, con ese humor alemán tan típico suyo: “En cierto modo, la película tiene un final feliz”.
Voy a ver al director en su despacho-salón en la Ciudad del Cine de Avedore, cerca de Copenhague, un soleado día de primavera, cuando todo renace y reverdece, y no es una coincidencia que empecemos por el final. De hecho, el final ya estaba decidido cuando empezó a desarrollar la idea de MELANCOLÍA, y supo inmediatamente que el público debía saber este final muy al principio.
“Pasa lo mismo en Titanic”, dice, mientras se coloca en su posición favorita de “entrevistado”: reclinado en unos cojines verdes, con los brazos detrás de la cabeza. “Cuando embarcan, ya se sabe que va a ocurrir algo con un iceberg gigante. En mi opinión, pasa en la mayoría de películas”.
Nils Thorsen, autor de The Genius – Lars von Trier’s Life, Films and Phobias (El genio – Vida, películas y fobias de Lars von Trier)
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